El Parián, el edificio del pánico

*Un edificio abandonado en Coyoacán, donde según vecinos lo habitaron lo que ellos llaman “sombras móviles” (¿fantasmas?) y duendes. Como aquí flota el miedo, sobre el tronco de un árbol del predio la gente puso un altar a la Virgen

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- El Parián es un antiguo mastodonte de Coyoacán que mete miedo. De estar dormido no habría quejas: otro edificio abandonado de la Ciudad de México. Pero sus historias calan a los más sensibles. Hacia ‘99, cuando cerró tras ser unos 15 años Banco del Atlántico y Bital, hubo hechos que a la ciencia le cuesta refutar: según vecinos lo habitaron lo que ellos llaman “sombras móviles” (¿fantasmas?) y duendes. Y una noche, el policía Tomás Arévalo vivió “un espanto”: alguien pateó una cubeta que guardaba al interior. “Hice el rondín y no había nadie. Lo siguieron pateando y jamás vi a una persona”. Desde la acera de la calle Hidalgo se observa un sótano con tubos retorcidos, y entre las decenas de oficinas se trenzan persianas dobladas, techos caídos, puertas mancilladas, vidrios despedazados y stickers de moscas, vedettes y enfermos mentales.

Décadas atrás, cuando a esta zona del Barrio de la Concepción le quedaba algo de pueblo, aquí era El Parián, antiguo centro comercial con 20 tiendas –desde flautas con crema hasta muebles-, tentación constante de los porros de la Prepa 6. Quebró de tanto saqueo.

Hasta 2011 las puertas de este banco en pena como La Llorona eran de gruesa madera labrada -belleza creada por un refinado ebanista- pero se las robaron. Los huecos que dejó la delincuencia se cubrieron con puertas cualquiera, láminas, maderos y demás porquerías.

Aunque es un depósito de montones de llantas inservibles (bien podría ser un Museo de la Llanta), los artistas callejeros lo han expropiado de facto. Menos mal, porque aquí el desamparo es también belleza: el street art chilango ha cubierto sus ventanas y muros guinda con ovnis, máscaras de luchadores desaparecidos como Espectro Jr, mariposas. Al fondo de un estacionamiento subterráneo hay un rincón verde. Don Pedro Meza, franelero de la cuadra, recuerda una tarde del ocaso de los ’90. “Aquí llegaban los agentes (judiciales), calentaban a los cabrones y si se les pasaba la mano los enterraban en los jardines. Vi cómo sacaban muertitos, un chingo de esqueletos”. Quizá las historias macabras facilitaron que hace más de 10 años la alcaldía cediera el predio a Patrimonio Inmobiliario de la capital del país, que jamás lo rescató pese a que sus 10 mil mts/2 son oro puro.

Como aquí flota el miedo, sobre el tronco de un árbol del predio la gente puso un altar a la Virgen formado de este modo: un lienzo colorido de la santa clavado a la corteza, y bajo su imagen un techo de lámina retorcida que protege un ramo macabro de flores plásticas, rehiletes de niños espectrales, rosas marchitas y una maceta donde no crece nada. Quién sabe si a “La Jefa” le guste su altar.

Sobre la barda gris de metal que protegía a los valores del banco los pobladores han colgado cortinas de papel picado de charros en huesos, calacas, catrinas, entremezclado con flores de tela anaranjada. Ahí mismo un cartel grita el deseo de recuperación de este espacio: “El Parián es de todos”. Y también una lona clama la indignación de décadas en el olvido: “Parián abierto, Parián para la vida. Un centro socioambiental puede ser el futuro de Coyoacán”.

Aunque se rumoró que el inmueble se volvería un edificio de gobierno, aquí no hay aún la menor señal de vida. Los únicos que le sacan provecho son los ambulantes, que en la calle San Pedro usan la vieja barda para apoyar cascos de refrescos y bidones de agua corriente para lavar sus platos de plástico.

Ahí mismo los albañiles, oficinistas y empleados apoyan sus asentaderas para echarse una gordita de chicharrón, un taco de picadillo, una quesadilla de flor de calabaza, oyendo Corazón de Acero, de Yiyo Sarante, u otras de las bachatas que fascinan a los dueños del puesto Ricos Tacos Betty. Por supuesto, el sol que se estampa en la fachada de El Parián y que hace reverberar el calor se alivia con un Boing de mango bien agitado.

Los árboles monumentales que lo rodean son los únicos sobrevivientes del desamparo. Porque si uno se asoma por las ventanas rotas, alcanza a ver muebles destruidos de la época del presidente López Portillo, goteras de agua negruzca y matorrales a los que les ha bastado un poquito de humedad e hilos de luz para crecer. Todo es tétrico, y en la noche de ahí deben salir gritos. “No sé por qué no vienen de La Mano Peluda”, dice el franelero don Pedro, pesimista resignado a creer que El Parián sufre un embrujo.

El Parián – Avenida Miguel Hidalgo 128, Barrio de la Concepción,  Coyoacán.

 

 

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